La moda de la Selva Negra

29.12.20

ÉCHALE GUINDAS

 

ÉCHALE GUINDAS

Trajimos a Charlie a casa aún diminuto, sobre finales de noviembre. Alvarito quiso desde el principio tenerlo en su cuarto. A falta de amigos jugaba con él por las tardes después de la escuela. Adquirimos ilusionados un manual de alimentación y consejos; encargamos la comida apropiada, cambiamos la cómoda de sitio e improvisamos un lecho de paja mullida.Durante las primeras dos semanas entrábamos con la ilusión de acariciarlo y verlo engordar, pero la rutina de los días nos arrastró pronto a buscar otros entretenimientos. Llegó diciembre y las primeras nieves. Las calles iluminadas, exultantes de decoración y llenas de gente recordaban a cada paso la cercanía inminente de la Navidad. Hicimos largas colas en los grandes almacenes para completar los regalos y poco antes de nochebuena fuimos a buscar los ingredientes para el relleno y la salsa, los turrones y el cava. Esa noche se decidió que papá sería, llegado el momento, el matarife.De madrugada, envueltos aún en la niebla del sueño percibimos desde la cama por vez primera aquel glugluteo que nos perseguiría durante tanto tiempo. Nos precipitamos al pasillo y abrimos la puerta. Ni rastro de Álvaro. En cambio, un ser descomunal con moco escarlata y alas gigantescas ocupaba el centro de la habitación. Los muslos parecían columnas trajanas y el penacho tupido de plumas cubría unas pechugas gigantes. La cabeza tocaba el techo y el animal contorsionaba el cuello continuamente para no golpearse contra la lámpara. Atónitos y amedrentados reculamos, nos confinamos en la cocina. Las paredes del corredor retumbaban a cada paso que daba Charlie. Hicimos una barricada con la mesa para evitar que entrara. Escuchamos durante mucho rato con el aliento contenido, pero al otro lado nada se oía. Agotados nos quedamos dormidos con el alba. La mañana fue inquietante. Volvieron los gluglús. La bestia se movía por todos sitios, a veces encendía la televisión y unos gorgoritos entrecortados nos aseguraban que se divertía con las tonterías de los concursos de preguntas. Teníamos reservas en la despensa para aguantar algunas semanas. Recordé que el bicho disponía también de provisiones. Dos sacos de cereal que Álvaro, (por cierto no hemos tenido más noticias suyas) perseverante ponía en un recipiente para que Charlie creciera sano y rápido. Pasamos las fiestas encerrados a la espera de algún acontecimiento liberador. Sin embargo, cada vez nos costaba más creer que pudiésemos salir de aquella situación. El día de Reyes amanecimos en silencio. Acercamos la oreja a la puerta, pero los ruidos habían desaparecido. Nos atrevimos a echar una ojeada. Un olor dulzón flotaba en el ambiente, un reguero de granos de maíz nos llevó hasta el cuarto de baño. Atravesado en la bañera con tres mazorcas en la boca a modo de cigarro puro yacía el pavo, reventado por todas sus costuras, con un buche tenso, atiborrado, sin vida. Nos perdimos en un abrazo infinito y supimos desde ese día que investigaríamos a fondo las ventajas del vegetarianismo. Seguimos con la esperanza de volver a ver a Álvaro, que en paz descanse.


Zenda Una Navidad diferente

6.1.19

Bici y PlayStation




El cinco de enero por la noche, cuando oí decir en voz baja a mi hermano mayor por teléfono que venían los camellos con el paquete me apresuré a preparar el avituallamiento. Saqué del fondo de la bolsa del pan los mendrugos olvidados y coloqué la sopera mellada de los abuelos llena de agua en el pasillo. Antes de acostarme, puse al lado de la comida mis zapatos nuevos, para dar buena impresión y que me obsequiaran con todo lo que había pedido. Me costaba conciliar el sueño y no paraba de pensar en la lista que había escrito y que a esas alturas debía estar en la saca de Baltasar, al que yo le dedicaba mi más absoluta devoción. Aun así, debí quedarme bastante roque poco después porque no llegó a mis oídos nada del jaleo en la madrugada que según me relataron se había armado en la habitación contigua. Me desperté por la mañana eufórico y me dirigí a la entrada para comprobar si se había tenido en cuenta mi petición. Enseguida percibí que algo inusual e incluso desagradable había pasado. Un chapoteo en la entrada me dejó las pantuflas empapadas. El recipiente que yo había dejado para calmar la sed de los rumiantes venidos de Oriente yacía con descalabros y vacío después de haberse desparramado el líquido que contenía. Los coscurros para los animales se habían hinchado y perdían las migas blandas por el suelo. Vi a mamá muy nerviosa. Papá con la cara roja, desencajado, parecía que iba a explotar por la vena de los disgustos que surgía en su frente siempre que se enfadaba con nosotros. Ni rastro de mi hermano en el apartamento. Entendí que era mejor no preguntar y esperé en la cocina a que alguien me hiciera el desayuno. Me quedó claro después de varios minutos que me tocaría a mí calentar la leche en el microondas y descongelar los bollitos. Mamá dijo que los regalos mejor guardarlos para mi cumpleaños y que ya iba siendo hora de contarme la verdad sobre lo de los Reyes Magos.

Texto presentado en el concurso de historias de Navidad convocado por Zenda.